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Joyent: la empresa que inventó el futuro de la nube pero no supo capturarlo
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Joyent: la empresa que inventó el futuro de la nube pero no supo capturarlo

Cuando pensamos en la nube, es inevitable que el primer nombre que aparezca sea AWS.

Amazon convirtió a su división de cloud en una de las piezas más rentables de su negocio y en sinónimo de infraestructura tecnológica a escala global. Sin embargo, antes de que AWS existiera ya había una empresa que había resuelto muchos de los problemas técnicos que después definirían el cloud moderno. Esa empresa se llamaba Joyent. Su historia es la de un pionero que inventó el futuro, pero que nunca logró capitalizarlo.

La aventura comienza en 2004, cuando Jason Hoffman, un investigador en cáncer que decidió dar un giro hacia el emprendimiento, fundó Joyent. Mientras Amazon apenas estaba tanteando la idea de AWS, Joyent ya alojaba a las startups más prometedoras de Internet. Twitter confió sus primeros pasos a su infraestructura, LinkedIn escaló gracias a sus servidores, y cuando Facebook abrió su ecosistema a aplicaciones de terceros en 2007, Joyent se alió con Dell para alojarlas todas. Algunos relatos aseguran incluso que fue clave en el desarrollo del chat de Facebook. Estaban en todas partes, aunque casi nadie lo sabía.

Pero lo más impresionante de Joyent no eran sus clientes, sino su tecnología. En 2005 lanzaron SmartOS, un sistema operativo que introducía el concepto de container virtualization a través de Solaris Zones. Era 2005: Docker no aparecería hasta 2013. La eficiencia era tal que un solo servidor de Joyent podía manejar lo que en Amazon requería varias instancias EC2. En el sector, algunos expertos llegaron a decir que era mucho mejor que AWS. Y, sin embargo, cometieron un error fatal: lo construyeron sobre Solaris en lugar de Linux, justo lo contrario de lo que los desarrolladores querían. La innovación era brillante, pero el ecosistema no estaba preparado para adoptarla.

En 2010 Joyent fichó a Ryan Dahl, el creador de Node.js, y se convirtió en el guardián de lo que pronto sería una de las plataformas de desarrollo más importantes del mundo. Hoy Node.js está en todas partes: la NASA lo utiliza, Netflix también, igual que LinkedIn, Uber o PayPal. El valor era incalculable, pero Joyent tampoco supo transformar ese activo en una ventaja competitiva sostenible. Tener la mejor tecnología no bastó.

Mientras tanto, Amazon desplegaba una estrategia implacable, guiada por una filosofía simple de Jeff Bezos: “Your margin is my opportunity”. AWS reducía precios sin descanso, abría centros de datos en todo el mundo y gastaba miles de millones en construir una infraestructura global. Joyent intentaba seguir el ritmo, bajando precios también, pero era inútil: luchaba contra una empresa con recursos prácticamente infinitos. Y más allá del músculo financiero, Amazon entendió algo que Joyent nunca supo ver: la clave no estaba en la tecnología, sino en conquistar a los desarrolladores. AWS ofreció capas gratuitas para startups, documentación exhaustiva, conferencias globales como re:Invent y un ecosistema que se convirtió en la ventanilla única para todo lo que un programador pudiera necesitar. Joyent, en cambio, se quedó como un proveedor de élite, respetado, pero demasiado nicho como para escalar.

En 2010, “cloud” ya significaba AWS. Joyent había perdido la batalla por la mente de los clientes. El final era cuestión de tiempo. En 2016 Samsung la compró por apenas 125 millones de dólares. Para entender lo que eso significaba basta recordar que ese mismo año AWS ya estaba valorada en más de 100.000 millones. La compañía que había inventado los contenedores y poseía Node.js se vendió por poco más que calderilla.

La adquisición tampoco fue el principio de una nueva etapa. Más bien todo lo contrario. Bajo la gestión de Samsung, Joyent sobrevivió tres años más hasta que en 2019 cerró definitivamente su nube pública. La ironía fue cruel: la empresa que había alimentado los primeros años de Twitter, LinkedIn y Facebook acabó dedicándose a ayudar a sus clientes a migrar… a AWS.

Y, sin embargo, Joyent no desapareció del todo. Su ADN sigue vivo en cada aplicación construida en Node.js, en cada contenedor de Docker y en cada clúster de Kubernetes. Las tecnologías que salieron de Joyent han influido en más de un billón de dólares en valor de mercado. Mientras tanto, AWS vale hoy más de 100.000 millones, Docker llegó a alcanzar los 2.000 millones y el ecosistema Node.js genera miles de millones anuales. Joyent, en cambio, no capturó nada de ese valor.

La lección es dura pero clara. En tecnología, no importa ser el primero. Ni siquiera importa ser el mejor. Lo que de verdad importa es la escala, la distribución, la estrategia de precios y la construcción de un ecosistema. Joyent tuvo la tecnología para cambiar el mundo. Amazon tuvo todo lo demás.

La historia de Joyent es un recordatorio incómodo para cualquiera que trabaje en producto y tecnología. La innovación técnica por sí sola no basta. Puedes estar ocho años adelantado, construir sistemas más eficientes y ser admirado por los expertos, y aun así fracasar si no encuentras cómo hacer que esa innovación llegue a millones. Amazon lo entendió mejor que nadie: no se trataba solo de infraestructura, sino de comunidad, accesibilidad y distribución global.

Por eso hoy AWS es sinónimo de cloud, y Joyent apenas sobrevive en la memoria de quienes conocen la historia de la computación moderna. Un fantasma con un legado inmenso, presente en cada Node.js, en cada Docker y en cada Kubernetes, pero invisible en términos de valor capturado. La enseñanza, en definitiva, es brutal: en tecnología no gana quien inventa lo mejor, sino quien sabe cómo escalarlo, distribuirlo y convertirlo en plataforma global.

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